Fui al cementerio de Père-Lachaise en busca de la tumba de Oscar Wilde. Cosa rara si se considera que no creo en una vida después de la muerte; pero hay algo que despierta una nostalgia casi feliz de ese lugar: un pan-teón en todo el sentido de la palabra.
Estaba con el mapa del cementerio en la mano, totalmente perdida en sus grandes dimensiones cuando se acercó a mí un hombre de unos 60 años. Un parisino que al parecer jamás había salido de su ciudad y que gustaba de pasar días enteros recorriendo la necrópolis. Me peguntó qué tumba buscaba y me dio a entender que estaba yo muy lejos de mi destino. Paul, así se llamaba el hombre, se ofreció a llevarme personalmente a la tumba del escritor. El camino fue algo largo y mientras platicábamos con mis dos palabras de francés y muchas señas, le pregunté si se trataba de algún guía de turistas que al final me cobraría muchos euros a cambio del recorrido. Él aseguró que no.
Llegamos a la tumba de Wilde, tomé muchas fotos, me emocioné y no me atreví a escribir sobre ésta algún mensaje de amor como los que la cubren enterita. Paul seguía ahí, esperando algo divertido al ver mi cara de felicidad. Luego se ofreció a llevarme a la tumba de Edith Piaf, que aseguró que estaba cerca, también vimos el último sepulcro de Modigliani, otra celebridad vecina.
En todo este tiempo platicamos o por lo menos eso intentamos. Le comenté de mi ciudad y él aseguró que con mucho gusto la visitaría si no fuera por una fobia terrible a los aviones. Le pregunté por la salida del cementerio y me guió hacia ella, no sin antes hacer una parada en un monumento que parecía especialmente interesante para él: una placa que conmemora a los muertos del vuelo A 330 de AirFrance, desaparecido en el año 2009. Después, salimos del cementerio y Paul fue tan amable de acompañarme hasta el metro.
Esa tarde, me pareció mucho más interesante haber conocido a Paul que la tumba de uno de mis escritores favoritos. ¿Por qué sabía de memoria la ubicación de todas las tumbas? ¿Por qué estaba dispuesto a dar un paseo a una desconocida? ¿Qué era para él tan especial de ese cementerio?
Por días enteros no podría dejar de imaginar la historia de aquel hombre. En mi mente, Paul había perdido a alguien en el avionazo del 2009 y por supuesto, esa persona debía estar enterrada ahí. Por eso se negaba a volar y prefería pasar todos sus días en la tierra y regresar a contemplar ese monumento, que debía ser el único recuerdo de un ser querido.
Ahora sé que es común entre los parisinos utilizar Père-Lachaise como un parque (o por lo menos eso dice Wikipedia), por lo que simplemente podría tratarse de un jubilado que iba a hacer el ejercicio diario al lugar más cercano a su casa. Pero, ¿dónde está el conflicto de ese personaje?