Quiero ser una cangura en Crocs…

¿Y nuestro derecho a la fealdad?

Generalmente, intentamos definir lo bello, estético, sublime, bonito. Feo es simplemente todo lo demás. La diferencia entre estas palabras es algo que aprendemos de lo que nos rodea desde que nacemos y de las narrativas con las que crecemos.

Se nos enseña, por ejemplo, que nuestro derecho a existir y a reclamar nuestro espacio en el mundo depende de nuestra belleza normativa. Para comprender las reglas del juego sólo debemos ver la publicidad, las revistas y los programas de televisión.

Bromeo con Adán sobre cómo las personas del “mundo del espectáculo” son Cylons, que son lxs androides de Battlestar Galactica, indistinguibles de un ser humano, aunque sólo existían 12 modelos o moldes y se repetián hasta el infinito las mismas características físicas. Si no me creen, vean esta lista o esta nota…o busquen en google ya que entendieron la idea. Entonces, para merecer nuestra existencia en este mundo, debemos acercarnos aunque sea tangencialmente a uno de estos moldes. Creo que, al paso que vamos, todxs terminaremos viéndonos exactamente iguales (o a eso parece que aspiramos).

Yo no sé si mi cerebro tenga solución y pueda re-programarlo para quitarle todos los parámetros jodidos de belleza que ahora viven ahí: algo como Eternal Sunshine of the Spotless Mind, pero en lugar de borrar al ex nefasto de mi cabeza, que me quiten lo colonizada. Como eso (aún) no existe, me gusta imaginarme una realidad donde la dicotomía belleza/fealdad ni siquiera existe. ¿Cuál sería la relación conmigo misma?

Supongo que estaría muy orgullosa de mi panza post-cesárea, que es como si mi cuerpo hubiera querido convertirse en canguro, pero se arrepintió
a la mitad del camino. En inglés le dicen “belly pouch” y se traduciría como “bolsa del vientre”. No se dejen engañar por el nombre tan chingón: amaría tener ese aditamento integrado al cuerpo para compensar el hecho de que la ropa de mujer nunca tiene donde guardar nada. Sería como tener siempre puesto un vestido con bolsillos. NO. Es más como si el músculo de mi vientre bajo hubiera dejado de existir. O como si hiciera tanto calor que mi estómago se derritIera perpetuamente: es una panza “Dalí”.

Los primeros días del puerperio yo no podía ni verme en el espejo, pero si desapareciera la noción de belleza o fealdad, esa panza sería más como una medalla olímpica: felicidades, acabas de imprimir en 3D un ser humano COMPLETO y como premio, tu cuerpo ahora tiene una nueva forma que Gaudí pudo haber diseñado (y terminado antes de que lo atropellaran). Sería una marca de todo lo superpoderosa que fui al sacar una persona de mis adentros (aunque mi cérvix se puso en huelga y creo que el mérito real es de mi doctora).

Photo by Lachlan Ross on Pexels.com

El embarazo es un periodo difícil para sacudirse las presiones de ser “bella”. En otro momento les platicaré del “orgullo” que sentía por no tener estrías en la panza de mil semanas de gestación, pero después del parto, resultó que sólo se estaban escondiendo en la parte donde yo no alcanzaba a ver. Fue como una fiesta sorpresa de estrías: una fiesta sorpresa muy jodida y sin alcohol.

Si pudiera descolonizar mi cerebro, quizá no hubiera vivido los primeros 16 años sufriendo por mi nariz. Soñaba con hacerla recta, aplanar esa curvatura inversa y gigante. Cuando me sacaron las placas para operarla, juro que mi cara se veía como si Picasso la hubiera pintado. Si en el mundo no existiera la idea de fealdad, hubiera estado muy orgullosa de tener un rostro tan cubista. Aunque igual me hubieran operado porque a mi nariz nunca le avisaron que su principal función era respirar.

Sería un eufemismo decir que tengo una relación compleja con mi cuerpo. En esa cirugía, mi mamá logró que en el “paquete”, el cirujano incluyera arreglarme el lóbulo de la oreja derecha que estaba dividido en dos desde mi nacimiento. Cuando me estaban llevando al quirófano, sólo escuché a mi mamá pidiendo un último “favor” al médico: “de una vez, quítele el lunar de la cara”. Yo no tenía nada en contra de ese lunar hasta ese momento preciso. El cirujano no lo quitó, pero desde ese día, juro que el lunar pesa en mí. Varias veces he considerado removerlo. Vivo en batalla con él porque lo odio, pero si lo destierro, siento que perdí por completo esta batalla contra el mundo.

La “inteligencia” y “cultura” son una variante de estas cuestiones. Yo misma he dicho (y tratado de convencerme) de que lo realmente importante es ser lista y no bonita. ¿Qué significa eso? ¿Lista para quién? Nuevamente, si revisamos las categorías que nos imponen para colgarnos esa medallita, vamos a encontrar al colonialismo saludándonos. Pensé mucho en ello esta semana que murió Maradona. Hace unos años, lo popular era decir que el fútbol era muy mundano para nosotrxs, las personas “inteligentes”. Luego se dieron cuenta de que a Galeano y a Villoro (creo) les gustaba ese deporte, pero no a todxs les llegó el memo. Entonces, estos días se armo una batalla campal y con palabras pomposas se echaron pedradas (o balonazos) unxs a otrxs , defendiendo su derecho sufrir por la muerte del futbolista, por un lado, y a mamonearse sólo porque sí, por el otro. (En el transcurso de escribir este texto, mi cuñada, Yuru, me dijo que también se armó la rebambaramba en los círculos feministas, pero creo que eso merece otro post completito).

También está la forma en la que vestimos. Siempre me ha intrigado el nivel de pedantería que hay alrededor de los Crocs. Por alguna razón, odiar estos zapatos equivale a tener nivel “platino” de “buen gusto” (¿Existe esto?). Si odias los Crocs, todo mundo tiene que enterarse de que eres una persona tan exquisita que piensas que su ilegalidad haría a este mundo mejor. Yo uso los mismos Crocs desde hace diez años en la casa y son el calzado más cómodo. Confieso que no me los pongo en la calle porque es un aspecto más en torno al cual debo justificar mi existencia en el espacio público. Debería pasear con ellos libremente y colgarme un letrero que diga algo así como “Si te molestan mis Crocs, es que no has visto mi panza de cangura”.

Hacemos de todo para disciplinar a nuestro cuerpo, para encajar en los moldes y ser Cylons decentes. El maltrato no es sólo físico. Por ejemplo, después de mi última carrera de 42K, sólo pensaba que había terminado mi cuarto maratón –con todo lo que eso implica– y yo seguía siendo gorda. Acababa de lograr algo MUY CABRÓN y yo sólo podía lamentarme y reclamarle a mi cuerpo por seguir ocupando más espacio del que debería. ¿Qué tan jodido está eso? A veces creo que corría fondos para castigarme. Y si analizan el estado en el que termina cualquier maratonista, creo que eso es cierto para absolutamente todxs. No puedes estar bien de la cabeza y hacerle eso a tus órganos.

Hoy trato de forzarme a no pensar en mí en términos de belleza o fealdad. Mi panza estriada de semi-cangura no es bella (en serio, no traten de argumentar lo contrario) y eso ESTÁ BIEN. Mi estómago es mucho más que sólo bonito o feo: es la protección de mis órganos torturados por las carreras de fondo, las pedas de la adolescencia y el embarazo. Lo mejor de todo es que mi cuerpo, a pesar de tanto maltrato, AÚN FUNCIONA. Eso es ser fregón y no pedazos.

Aún no llego al punto de “iluminación “ en el que ya no quiera acercarme a todos los estereotipos de belleza y creo que sólo lo lograré cuando mi sueño de un tratamiento médico para extirpar la colonización se haga realidad.

Ese día, me encontrarán corriendo en Crocs y topless por la calle, presumiendo mi panza defectuosa y sabrán que he triunfado en la vida.

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