Yo, barquito

Hace un tiempo navega por mi mente el barco de Teseo. Hobbes en De Corpore, por ahí del siglo XVII recuperó la narrativa griega de Teseo (sí, el mismo del laberinto) quien navegaba todos los años hacia el templo de Apolo, por lo que con cada nueva aventura, debía cambiar piezas del barco. Lo que el filósofo inglés plantea es si, efectivamente, este barco podría seguir llamándose el barco de Teseo original y todo lo que esto implica cuando trasladamos el problema hacia los cuerpos humanos.

Mi yo de hoy está sentada en una nueva oficina, el cuarto de la casa que acabo de adaptar porque antes era el lugar donde entrenaba para correr. Pienso en cómo transformé un elemento de mi hogar, pero más que nada, cómo ese cambio es sólo un reflejo de mis propias mutaciones.

Mi otra yo, o la misma –dependiendo de qué respuesta quiran darle al cuestionamiento de Hobbes– jamás hubiera escrito abiertamente sobre temas de salud mental, sobre pensamientos que a veces parecen tan íntimos que no deberían estar flotando por la eternidad de las redes sociales. Mi yo de hoy, la de este momento –la que se toma una pausa que quizá o debería en la escritura de la tesis– piensa que hoy es más importante que nunca dejarse ver, mostrar nuestra quilla.*

Mi otra yo dejó fragmentos dentro de mí. Ella todavía no entiende que mi cuerpo, este navío, cambió para siempre. No sólo me refiero a la cicatriz de la cesárea ni el cuerpo que a veces sigo sin reconocer en el espejo, sino a que hay algo en el cascarón que se rompió para siempre y aún no sé si es algo bueno o malo.

Muchas veces bromeo con Adán acerca del pudor, que cada vez es menor en mí. Le digo que después de estar rodeada de personas extrañas, con un pañal puesto y líquidos saliendo de todas partes de mi cuerpo, ya no hay lugar en mi para la vergüenza. Quizá lo mismo sucedió con mis emociones. Siento que poco a poco me voy desnudando, quitando el casco de este barco, y quedo expuesta, pero con una liberación que me permite descansar. (Esa es mi nueva yo descubriendo el hilo negro de la catarsis a través de la escritura).

Siento que en este nuevo barco se esconde otra paradoja: la de la paciencia y la intolerancia: conmigo misma y con las personas que me rodean. A veces es difícil mantenerse a flote con los debates internos, externos, en redes digitales, en la vida fuera de la pantalla.  A veces, seguir navegando parece imposible.

El 2018 fue un parteaguas en la historia de México y se reflejó en mi vida personal, en mi forma de ver el mundo, de crear nuevas redes. Así como me veo a mí misma como el barco de Teseo– y a veces podría responder que soy igual y otras tantas que soy un navío totalmente distinto– miro a personas a mi alrededor que dejé de reonocer y no sé en qué momento sucedió. ¿Cuándo nos pasó el tiempo por encima cambiando todas nuestras piezas? Definitivamente no nos veo navegando al mismo puerto, pero mi nueva yo, desde esta oficina helada a las casi doce de la noche, está haciendo las paces con eso.

Mi nueva yo, ¿o la misma de siempre? tiene debates constantes entre la resignación y el enojo. Entre el sentir que las cosas que me aplastan el pecho a diario– las tormentas– pasarán y la frustración de que no parecen tener fin. Entonces respiro profundamente, y con los pulmones llenos de aire, intento seguir navegando, como me imagino que tantas personas lo hacen a diario luchando contra sus propias mareas.

Yo, así a secas, Yo sigo tratando de no encallar con mis pensamientos y me pregunto cómo podríamos ser barquitos que se encuentran entre sí, pero encontrarse de verdad, no como esos navíos miniatura atrapados en botellas de vidrio que se pueden saludar sólo a través del cristal.

*Quilla:  Es la columna vertebral del barco. Va de proa a popa y de ahí salen las partes más importantes como el casco.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Wordpress Social Share Plugin powered by Ultimatelysocial
FbMessenger
Instagram