Aquí hay dragones

Mi solecito, desde muy pequeño, sintió curiosidad por el tatuaje que tengo al lado izquiero de mi pecho: “Hic Svnt Dracones”. Ahora, cuando le pregunto dónde está el corazón de mamá, inmediatamente busca sobre mi piel y posiciona la palma abierta de su mano sobre ese lugar.

“Aquí hay dragones” se utiliza para referirse a territorios inexplorados o peligrosos. En los mapas medievales, ponían serpientes marinas, leones u otras tantas criaturas, porque eso es aquello que no conocemos: el miedo perenne. La leyenda a la que me refiero en este texto, sin embargo, sólo aparece en el Globo de Hunt- Lenox, hecho en el siglo XVI. Así, todos esos seres qe habitan lo desonocido tomaron la forma de letras y se resumieron en seres mitológicos que echan fuego. Escribí esto sobre mi piel porque acepto lo desconocido como parte ineludible de nuestra humanidad y las zonas inexploradas son más grandes dentro de nuestro cuerpo que cualquier territorio en la Tierra: me encantaría que este hecho dejara de ser aterrador.

Pero mis dragones son grandes. Son los que alimentan mi ansiedad y depresión cada día. Me repiten que quizá el futuro será negro y que el pasado es la sombra de todas las equivocaciones que nunca me sacudiré. Son los dragones que me hacen notar cosas minúsculas alrededor, como que alguien antes daba “likes” a mis posts y ahora no, las personas que me ignoran activamente en grupos de whatsapp por algo que dije o hice. Me hacen cuestionar cada uno de los pasos recorridos y los que vienen. Esos dragones me inmovilizan.

Y es que el presente es el único estado del que podemos estar seguras -ya me salió lo Dalai Lama- pero es al mismo tiempo el resultado de los momentos ya vividos y en realidad, si sólo nos concentráramos en el ahora, habría poco lugar para tomar precausiones que, al menos en teoría, toda persona adulta debería tomar. Ahí esta de nuevo esa palabrota: adultez.

A pesar de mis treinta y tres años, existen días en los que me cuesta trabajo entender qué significa ser una adulta funcional. Otro dragón. Lucho por responder preguntas tan sencillas como “¿qué quieres ser cuándo seas grande?”. De pequeña, las réplicas eran sencillas: doctora, maestra, bombera. Ya en la adolescencia la cosa se va poniendo difíciles porque el monstruo de la adultez nos pisa los talones. Primero entré a estudiar derecho, luego diseño y terminé en lo que en realidad siempre me apasionó: las letras. Sí, una decisión atrevida que aún no sé su una adulta tomaría, sobre todo en un país como el nuestro. Aquí estoy hoy, en mi presente, todavía en el camino de las letras, pero sigue sin ser una ruta bien pavimentada. ¿Algún día lo es? Mis dragones hoy me recuerdan que elegí un camino difícil, en el que he tenido el privilegio de andar por contar on otros trabajos que también disfruto y que son más de “adulta”, pero que no son eso que yo quería ser cuando fuera grande.

Hay una canción de Amanda Palmer que me acompaña en estos momentos. Se titula In My Mind y habla de cómo vamos por la vida fugurándonos a esa persona en la que en algún día nos convertiremos sin detenernos a pensar si eso es realmente lo que seguimos deseando. La línea final canta algo así como I am exactly the person that I want to be. Amo ese remate, tan simple, incluso esperanzador. Lo repito a mí misma hasta el cansancio, pero mis dragones me dicen que no es cierto. Aún no soy esa persona.

Yo no inventé las crisis existenciales ni creo tener la exclusividad sobre ellas. Lo cierto es que nos han enseñado a tenerlas bien guardaditas. Muchos días, cuando camino por la ciudad, me pregunto cuántas de esas personas tendrán los mismos dragones dentro, cuántos oficinistas en realidad querrían estar haciendo arte, escribiendo, siendo futbolistas. Mi teoría es que la gran mayoría, de ser posible, serían una persona adulta diferente a la que son hoy en día.

Entre mis múltiples actividades también doy clases a adolescentes que están en el primer semestre de la universidad. A veces me veo en ellas, con todas esas ganas de callar al dragón que llevan dentro y a veces hasta lo logran. Me gustaría que no lo hicieran, porque creo que es efectivamente en esa edad cuando nos hacen creer que nuestra voz interna debe ser acallada por no tener valor, por ser una voz “inmadura”, “precoz”. No es secreto que la juventud en nuestro país es violentada constantemente. Si no lo han hecho, fíjense en los museos o incluso centros comerciales: siempre hay una mirada perforante detrás de las personas jóvenes -no vaya a ser que su dragón se salga de control.

Cuando pienso esto, le doy permiso a mis dragones de seguir gritando y muchos días me propongo a liberarlos por completo. Las quimeras de nuestra mente quizá no deberían ser motivo de ansiedad ni depresión porque quizá el pasado sí debe tener un lugar constante en nuestra mente, así como el futuro las infinitas posibilidades que alguna vez soñamos.

Propablemente algún día pueda responder con certeza qué es lo que quiero ser cuando sea grande: tal vez la respuesta siempre ha sido “un dragón”.

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