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Hace unos meses aprendí que la resistencia Maori, en Nueva Zelanda, utiliza la X como estandarte porque así hicieron firmar a sus líderes, hace más de un siglo, tratados engañosos donde renunciaron a su tierra. Por esto, hicieron de la  equis una apropiación de la identidad borrada por la invasión inglesa: no puedo evitar relacionarla con la X que tanto molesta en el lenguaje inclusivo de nuestro idioma. 

La equis es la incógnita en la fórmula, marca el lugar del tesoro en los mapas, es el 10 romano, la limitante cuestionada de los genes XX.  Es un beso tecleado e infinitas cosas más. Y para nosotrxs es un lugar donde podemos posicionar identidades que no caben en el lenguaje binario. 

La equis multiplica, así lo hace con nuestras identidades que se niegan a ser lanzadas a la oscuridad. La equis enoja, da rabia, hasta ofende a quienes no se ponen en el lugar de la otredad, el lado opuesto de la fórmula. 

Entre burlas y rabietas, reniegan de la equis como si fuera su identidad la que queda anulada al usarla. Salen puristas de la lengua a aullar por su uso mientras cometen cientos de traspiés lingüísticos- la equis aquí, también es ironía. 

 La equis marca los lugares prohibidos: no pasar. Y con nuestra X lo que les decimos es que, en efecto, no pasarán. Su odio necio no impedirá que hagamos nuestra la lengua, que cuestionemos la normatividad, que nos posicionemos en el mapa. 

La lengua, las calles y la equis son nuestras.

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