El calor de la caja: de la soledad y los duelos

Cuando murió mi papá, recuerdo que sentí una tristeza infinita, un estado de shock, pero en mi memoria  lo más doloroso fue que cuando nos dieron sus cenizas y la caja seguía caliente. Hasta ese momento relacionaba  el calor con un cuerpo que contiene un corazón que palpita o con un abrazo.

En el calor de esa caja estaba la soledad de la muerte y también esa con la que vivimos todos los días. Curioso, siempre había pensando en el desamparo como algo frío, pero ese fuego toca mis manos cada vez que me siento triste, cuando el corazón pesa. Me hace sentir pequeña ante situaciones que me superan, como reconocer cuando una amistad muere en un largo y caliente suspiro.

He pensado mucho sobre los duelos que no vienen de la muerte, sino del abandono de personas cercanas, que por más necesarios que sean, siempre arderan en nuestra memoria. Mi mente se encuentra en una constante batalla cuestionando las decisiones tomadas y si vale o no la pena perseguir a la gente que solíamos querer. “¿Por qué no estar en la compañía de esas personas que alguna vez llamamos amigas?” dice una parte de mí. “Porque en su presencia, la soledad es más grande”, me recuerda la otra.

Todxs somos al final cuerpos contenidos, como las cenizas recién quemadas de un humano en una vasija. Queremos dejar de sentir la soledad en la que llegamos y nos vamos de este mundo y lo que nos queda, entonces, es buscar otras personas que nos ayuden a sostener la caja caliente para la que la soledad no nos queme las manos.

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